El frío que entraba no hacía más que aumentar la tristeza. Las lágrimas que tras un largo paseo veraniego, volvían para confundirse con la lluvia.
No vengas a tomar las manos como si nada. Porque sabes que estás bien. Pero cuando yo despierte, no sabré a dónde he ido, no sabré por qué me he vuelto loco. No sabré qué hacer.
¿Trastorno límite? Estar feliz y de repente mandar todo a la mierda, porque se sabe que se ha fingido hasta no poder más, como buen humano que trata con fortaleza los asuntos que sabe traen abajo su solipsismo, y cede ante la debilidad que el espíritu, o la carne o la falta de una mente entrenada, permite entrar en su existencia.
Y todos tan despiertos. Sin negar, sin pretender ser, pero siendo más de lo que siempre imaginó, entonces aceptará lo que ve y lo que no tiene, lo que le rodea y lo que se escapa. Y entonces, sólo entonces, llorará y será feliz.
Pero, por favor, al salir de esta maldita vida, cierra bien la puerta, que hace frío.
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