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miércoles, 17 de febrero de 2010

¿Cuándo dejará de suceder?

Nada más que sueños... Fue un impulso, no lo había pensado, no creo que ella lo haya hecho, simplemente hubo una especie de campo, como una atracción magnética, que hizo que se encontraran nuestros labios. Fue así como recordé el dulce sabor de un beso.

Cualquier puritano creyente de la causa-efecto, o de los simples desvíos mentales del humano, diría que estar en ese ambiente tan hostil como salado junto a esos hombres-pirata con sobrepeso habría impulsado a mi subconsciente a buscar algo más profundo y placentero que el olor a carne putrefacta que despedía el local que los hombres gordos administraban. Todo eso sumado a mi sensible estado emocional producto de una soltería más larga de lo que esperaba (no lo puedo negar, soy un romántico).

De lo que sí estoy seguro es que, al día siguiente, fui en busca de la amante extranjera y, de nuevo, como guiados por un instinto, nuestras bocas se unieron bajo el calor de la pasión... hasta que la almohada no resistió tanto derroche de cariño y se tiró de mi cama.

No fue para tanto, mi paciencia aún no llegaba a su límite. Tan sencillo como tomarla de nuevo, dejar que mi cabeza la hiciese adoptar una forma cómoda y a soñar de nuevo... Pero la suerte, si es que tal existe, hizo que el despertador sonara: ¡ni modo! ¡A entregarse al mundo con su antagónica rutina!

Es entonces cuando pienso: "¿Cómo habrá tocado Susana en el concierto?
¿Cuál Susana? ¡Cómo cuál, la única que conozco! ¿Pero de ella no sé nada hace bastante? Es porque hoy te visitó en sueños ¿Es la misma desconocida de la playa? No lo creo, pero sé que hubo otro sueño, y, a pesar de tu voluntad, la veías".

Aquí retumban las palabras de una conocida amiga: "Si posees una expectativa, es porque aún sientes algo".
Es como una esquizofrenia. Piensas que estás bien, pero un día una simple palabra, un hecho insignificante, cotidiano, puede volverte loco. Es así como me siento.

¿Aún la quieres? Sigue siendo la pregunta.
¡No!, grito yo, pero los sueños me traicionan.
Ya no quiero esta mierda, podría pensar,
pero una roca entendería más que el corazón de un idiota.

Es una locura quieta, sigilosa.
Nadie la escucha, ni siquiera yo,
pero un día de tantos me doy cuenta de que la llaga es más grande.
Más profunda.

Adquiero más conciencia, más saber, más sabiduría.
Pero mi corazón cada día se muere, un poquito más,
como si, luego de escalar por tanto tiempo,
hubiese resbalado y cayera de nuevo en el foso del dolor.

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